Cuando un avión aterriza, las grandes ruedas que tienen los aviones ancladas a su tren de aterrizaje, pasan de 0 a 200 km/h en apenas unas décimas de segundos. Y no sólo una. Los grandes aviones tienen normalmente 30 ruedas en grupos de 10. Un grupo por cada ala y una delantera. En cada grupo existen hasta 10 ruedas que prácticamente llegan al metro y medio de diámetro.
Para colmo, los aviones comerciales suben normalmente a 10.000 metros de altura, donde las temperaturas, muy por debajo de los 20 bajo cero, afectan a toda la estructura, y también a las ruedas.
Sería lógico pensar que debido al rozamiento, ese sonido estridente que oímos cuando un avión aterriza, a la gran velocidad que alcanzan y el gran sufrimiento de cambios bruscos de temperatura, pudieran dañar las ruedas y hacerlas combustionar en ese momento tan delicado como es el aterrizaje.
Pero esto no es así. Las ruedas de los aviones no están llenas de aire normal como las de los coches, sino que contienen nitrógeno… ¿por qué? Por dos razones muy sencillas: la primera que no se congela con las bajísimas temperaturas de altitudes altas y la segunda, porque el nitrógeno no combustiona, evitando así el peligro del calor generado por las ruedas cuando éstas tocan el suelo.
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